Los
testimonios de Ramiro Menna, Alba Lanzillotto y su hermana María Isabel, Diana
Cruces y otros reconstruyeron cómo fue el operativo de la dictadura que
secuestró a Domingo Menna y Ana María Lanzillotto, de la conducción del PRT.
(Fuente: Alejandra Dandan - Página 12)
El mundo en
la puerta de los tribunales de San Martín parecía haber entrado en 1976. Entre
antiguos militantes que se acercaban aparecía ese lenguaje de “buró político” o
los saludos entre “compañero” y “compañera” que dejaban empezar a ver la
reconstrucción de ese universo que iba a seguir poco más tarde en la sala. Y
allí: julio de 1976. Un encuentro frustrado entre la dirección de Montoneros y
el ERP. Un invierno más crudo que otros inviernos. Y el operativo en el
edificio de Villa Martelli justo el 19 de julio, cuando debían irse del país
Roberto Santucho y su compañera, Liliana Delfino.
La caída de
la conducción del PRT volvió a aparecer en la sala, por primera vez en términos
de juicio oral, a partir de la indagación que este juicio hace sobre las caídas
del Gringo, Domingo Menna, y de Ani, Ana María Lanzillotto, su compañera,
embarazada de ocho meses el día del secuestro. Ellos son parte de la causa
fragmentada, dividida en múltiples casos. Los testigos, sin embargo, terminaron
volteando esa fragmentación. Diana Cruces, la esposa de Fernando Gertel, del
buró político, caído ese mismo día, habló de eso al final de la declaración:
“Ya he testimoniado muchas veces, aunque es la primera vez que lo hago en etapa
oral. Voy a tener que seguir haciéndolo. Deseo hacerlo por cada compañero:
Santucho, Benito Urteaga, Domingo Menna, Ana María Lanzillotto y Liliana
Delfino, pero esto implica mucho dolor, mucho costo para todos nosotros. Por
eso solicito al tribunal a ver si podemos unificar las causas para que se haga
justicia”.
–¿Quienes
son tus padres? –le preguntó desde la fiscalía Marcelo García Berro a Ramiro
Menna.
–Mi madre
es Ana María Lanzillotto y mi padre, Domingo Menna –dijo y siguió de un tirón–.
Ana María era hija de Nicolás Lanzillotto y Brígida Cáceres. Nacida y criada en
La Rioja. Estudió
en Tucumán, militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Domingo
Menna es hijo de Pánfilo Menna y de Irma, nacido en Italia, pero desde muy
pequeño criado en Tres Arroyos. Hizo los estudios universitarios en Córdoba.
Conoció a mi vieja en el PRT, estimo que a fines del ’72 o principios del ’73.
–¿Qué sabe
de los hechos?
–En el año
’76 yo tenía dos años. Lo que pude reconstruir del 19 de julio es lo siguiente:
en Villa Martelli vivían en un edificio con varias familias, en distintos
departamentos en situación de clandestinidad. Yo vivía ahí con ellos y en horas
de la mañana me habían llevado a una guardería. Durante ese día se produjo el
operativo militar que digamos concluye con la muerte de Santucho, Urteaga y los
secuestros de mi padre, mi madre, Liliana Delfino y creo que también de
Fernando Gertel. El resto de la familia se enteró de la caída por la tele y los
medios de comunicación. En La
Rioja había una parte importante de mi familia materna.
Averiguaron qué hacer. Un tío abogado, Carlos Mario Lanzillotto, tenía un
compañero de la facultad que parece tenía vínculos con la dictadura. Algún tipo
de rol en la Justicia. El
hombre éste les dijo: “De tu hermana y su marido, si no los mataron, olvidate
de que te los devuelvan con vida. Del hijo voy a ver qué puedo hacer”. Averiguó
y les pasó el dato de dónde estaba yo, por lo menos es lo que pudimos
reconstruir: yo terminé en una guardería que dependía de la Cooperadora de la Policía Federal y
estaba bajo la órbita del Juzgado Federal de San Martín. Ahí fue donde me
encontraron.
Durante el
día de ayer declararon también Alba Lanzillotto, una tía de Ramiro que estuvo
en Abuelas de Plaza de Mayo durante más de veinte años; su hermana María
Isabel; Diana Cruces, Juan Arnol Kremer, “Luis” para los militantes, de la
conducción.
“El día 19,
no recuerdo bien si alrededor de las tres de la tarde –dijo Kremer–, me dirijo
al domicilio de Menna y, dadas las circunstancias, teníamos que seguir medidas
preventivas, como llamar por teléfono. Llamé desde una zona cercana y, para mi
sorpresa, la voz que apareció en el teléfono era absolutamente desconocida.”
–Soy Flores
–dijo él, como debía hacerlo.
–¡Venga
Flores! ¡Venga! ¡Que lo estamos esperando!
“Eso me dio
la pauta de que en esa casa pasaba algo rarísimo. Me dirigí a la Avenida General
Paz (desde donde veía una ventana) y desde el coche vi la luz encendida, las
ventanas abiertas y una situación muy rara. Busqué otro teléfono público. Oí
otra voz. Algo había pasado, así que me retiré de la zona.”
Alba estaba
en Carmen de Patagones, territorio de su hermana Quela, adonde había llegado
escapando después de estar detenida y ser amenazada. “Estábamos en una
verdulería con la radio prendida”, dijo, sentada, el pelo blanco. “Cortan la
trasmisión y dan la sensacional noticia de que habían matado a los dirigentes
del PRT, de donde eran mis hermanas, y Santucho. Yo me quedé sorprendida. Con
mi hermana Quela y el esposo nos pusimos a buscar datos en la televisión y
empezaron a dar las noticias, como las que daban ellos: mitad verdad, mitad
mentira, más mentira que verdad. Dijeron que Urteaga y Santucho estaban
muertos, así que creímos que Menna también, pero después empezaron a llegar
noticias por otro lado. Una revista decía que eran tres los cadáveres que habían
sacado, y dos mujeres caminando, que al final eran Liliana y Ana María. Leíamos
lo que salía en los diarios, pero uno no sabía si creer o no.”
Después de
Alba continuó su hermana María Isabel. Se sentó en la misma silla que
misteriosamente está colocada de espaldas al público. “Yo estaba en La Rioja –dijo–, recibí una
carta que venía dirigida a mí con mi sobrenombre, que es Beba. La mandaron al
estudio de mi marido y de mi hermano. Abrí la carta sin firma y decía: Ana
María fue detenida ‘con vida’, con letras bien grandes. ‘Tienen que venir
urgente a retirar a Ramiro a la guardería porque si no va a pasar a la
guardería de la
Policía Federal ’. Mi hermano se vino con la carta para Buenos
Aires. A hacer todo lo posible para encontrarlo. Eso sucedió.”
Ramiro
recordó los nombres de quienes aportaron datos durante estos años para
reconstruir cada momento. Así fue diciendo que el Gringo estuvo con vida en
Campo de Mayo durante algún tiempo, torturado e interrogado por el dinero, como
lo dijo Alba después: “Corrieron muchas versiones –dijo ella–, que lo
torturaban enormemente porque esos señores salvadores de la Patria lo único que querían
era el dinero para sí mismos, no era para la Patria seguro”. A partir de una orden de Santiago
Riveros, al Gringo lo arrojaron al río con Liliana Delfino y otros. Ana María
estuvo en Campo de Mayo. La compañera de Gertel dijo que dio a luz en el
Hospital Militar de Campo de Mayo. Para noviembre cayó además su hermana
melliza María Cristina.
–¿Sabés si
tu mamá tuvo ese hijo? –le preguntaron a Ramiro.
–Existen
razones para creer que sí. La primera es la práctica sistemática que un juicio
reciente ha dado por probado: cuando una mujer estaba embarazada era usual
conservarla con vida hasta que diera a luz. Y, por otro lado, está el
testimonio de Roberto Peregrino Fernández, que dijo que mi vieja dio a luz. Y
está la otra persona que dijo que estando detenida otra mujer dijo: “La
compañera del Gringo Menna dio a luz”. Creemos que el embarazo llegó a término
y mi hermana o hermano continúa desaparecido.
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